Fuente: La Nación de Argentina
Las calles pensadas para promover la circulación de autos alrededor de manzanas saturadas no tienen más lugar en la cabeza de quienes están hoy detrás del diseño de las ciudades. Aquellas ideas de los urbanistas modernos, que dominaron la segunda y la tercera década del siglo XX con manuales como el del Plan Voisin para París de Le Corbusier (“una ciudad hecha para la velocidad”, según declaró el célebre arquitecto suizo-francés), y que hicieron eco de este lado del mapa unos años más tarde en ejemplos como el de Brasilia (el proyecto para la capital brasileña de Lucio Costa y Oscar Niemeyer, en el que el trabajo y el auto se impusieron al ocio y al peatón) son cosa del pasado.
Basta conversar con cualquier especialista en el tema para que señale que la ciudad de hoy es una pensada para las personas. También, una que se encamina hacia la sostenibilidad y acompaña la lucha contra el cambio climático, una agenda internacional ineludible.
Las herramientas y teorías que exploran los distintos gobiernos son muchas y las etiquetas, aún más: ciudades inteligentes, ciudades verdes, ciudades 8 80, ciudades de los 15 minutos, cronourbanismo, ciudades a escala humana, urbanismo táctico... Todas apelan a garantizar inclusión, sociabilidad, accesibilidad y salud física y mental de sus habitantes, así como a reducir las emisiones de carbono.
“Se trata de dejar atrás el urbanismo gris y avanzar hacia uno más verde”, grafica para La Nación la argentina Lucía Bellocchio, fundadora de Trend Smart Cities, una consultora que asesora a empresas, gobiernos, ONG e individuos para que incorporen la tecnología en el desarrollo de esquemas urbanos más habitables y eficientes.
Abanderada del análisis de datos y de la inteligencia artificial, autora de Ciudades del futuro: inteligentes, sostenibles y humanas, Bellocchio considera que estos recursos son fundamentales no solo para garantizar buenos estándares ambientales, sino también para aceitar el funcionamiento interno de las áreas de gobierno (digitalización de trámites y de cuestiones burocráticas), mejorar la movilidad y la participación ciudadana, y automatizar el modo en el que viven las familias. “Los ejemplos regionales son muchos, aunque parezcan lejanos. Van desde sensores para medir la calidad de aire hasta mapas detallados de las ciudades, en base a los cuales se hacen simulaciones de cortes de calles y otras intervenciones que permiten anticipar políticas públicas”, dice Bellocchio, también directora de la diplomatura en Smart Cities de la Universidad Austral.
“En Rosario, los semáforos son inteligentes y se adaptan al tránsito real. El municipio de Córdoba tiene un fondo destinado a emprendedores que trabajan en soluciones para mejorar el reciclaje y automatizar procesos de la administraciónpública. Otro caso interesante es el de Santander, en España, una pequeña ciudad que incorporó el riego automático en las plazas, con sensores que lo activan únicamente cuando detectan falta de agua; un ahorro enorme para la alcaldía”.
Bellocchio dice que “las intervenciones son más asertivas cuantos más datos existan” y celebra el sistema de procesamiento de información que lleva a cabo el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que recibió en junio de este año la certificación oro del programa What Works Cities de la organización internacional Bloomberg Philanthropies, que distingue el buen uso de los datos para asignar fondos, mejorar servicios y fomentar la participación ciudadana.
El procesamiento de datos ha permitido al gobierno porteño coordinar intervenciones de gran alcance como el tendido del Metrobús, el ordenamiento de villas, la puesta en valor de espacios públicos y la descentralización estratégica de edificios gubernamentales (el Ministerio de Educación fue relocalizado en el barrio 31 y la nueva sede del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat reemplazó al Elefante Blanco de Villa Lugano).
También, abarcar otras iniciativas de menor escala, asociadas con el llamado “urbanismo táctico”: rápidas, precisas y de bajo costo relativo. Por ejemplo, la peatonalización de Avenida Corrientes para promover la actividad nocturna y teatral.
“Todas las estrategias apuntan a devolver el espacio público a las personas, generar comunidad e instalar núcleos activos libres de autos, que impulsan la movilidad de cercanía”, dice Bellocchio desde Londres, en donde reside.
Precisamente, hoy la capital de Reino Unido explora una estrategia de ciudad inteligente a largo plazo a través del programa Smarter London Togheter. Datos recopilados por la alcaldía de Sadiq Khan y publicados por la agencia local de transporte (Transport for London) dicen que las posibilidades de que las personas consuman y hagan compras aumentan hasta un 40% cuando caminan o van en bicicleta, que esta rutina eleva un 216% la socialización, reduce un 27% los días de enfermedad reportados por empleados, mejora un 73% la productividad laboral y un 54% la energía y la predisposición al trabajo.
La ciudad de los 15 minutos
Estas cifras explican por qué resuenan cada vez más teorías como la del urbanismo cronometrado y la de “ciudad de los 15 minutos” del colombiano Carlos Moreno, asesor de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Desde que la socialista asumió el gobierno de la capital de Francia, en 2014, destinó fondos a reconfigurar el tejido urbano con foco en la proximidad, para que los servicios necesarios en la rutina de los parisinos (centros de salud, tiendas, colegios, espacios culturales, parques) estén a una distancia accesible a pie, bicicleta o transporte público.
Algo similar ocurre con las “supermanzanas” de Barcelona, en las que se nuclean manzanas adyacentes para cerrar parcialmente el tránsito a su alrededor, generar espacio público, consolidar tiendas, ampliar el arbolado y el equipamiento urbano, e instalar juegos infantiles y bicisendas. O en Buenos Aires, con la recuperación de los mercados barriales, las áreas verdes y el despliegue de centros sanitarios en puntos estratégicos de la ciudad (la salud mejora, de este modo, no solo en términos concretos de acceso a la atención pública, sino además por el fomento de hábitos saludables como el ocio y la actividad física).
La agenda urbana actual se orienta, así, a hacerse cargo de los datos recopilados por la ONU que indican que el mundo está en un camino de urbanización creciente. Según los últimos números publicados en 2022 por el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat), el 56% de la población vivía en zonas urbanas en 2021 y se espera que el porcentaje ascienda a 68% para 2050. Estas cifras se combinan con un aumento de la pobreza, secuela de la pandemia, en tanto la mayoría de las personas afectadas –según la ONU– viven en zonas urbanas.
En lo que atañe a la inclusión social, Colombia se posiciona como un gran referente en América Latina. Entre 2003 y 2007, bajo el gobierno de Sergio Fajardo en Medellín, la ciudad incorporó escaleras mecánicas públicas y gratuitas y un extenso Metrocable para conectar los asentamientos populares de las laderas de la montaña con el valle céntrico. Se inauguraron, además, espacios verdes, escuelas y bibliotecas-parques con gran valor arquitectónico para revitalizar zonas marginadas y democratizar el sistema educativo. La ciudad de Bogotá también trabaja fuertemente en temas de inclusión y de diseño urbano, con énfasis en la incorporación de recursos tecnológicos.
“La digitalización y la planificación urbana son dos caras de la misma moneda”, dice el economista colombiano Iván Durán, mano derecha de la alcaldesa Claudia López Hernández en la Alta Consejería Distrital de Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC).
Con proyectos como el de Manzanas de Cuidado, en el que se facilita el acceso a la tecnología a poblaciones vulnerables, o el despliegue de 192 zonas de wifi gratuito para permitir a más personas trabajar de forma remota, acceder a servicios online y reducir la necesidad de desplazamientos largos, el gobierno de Bogotá busca “cerrar la brecha digital y garantizar la apropiación tecnológica de la ciudadanía”.
Los rasgos del cronourbanismo se verifican también en iniciativas como la de Barrios Vitales, “que organiza zonas peatonales y áreas de esparcimiento para facilitar el encuentro y la permanencia entre vecinos”, ejemplifica Durán.
La participación ciudadana asume un rol fundamental en la toma de decisiones para el diseño de estos esquemas urbanos y para garantizar la integración de adultos mayores, niños y personas con discapacidades físicas y/o mentales (estas últimas constituyen un 13% de los habitantes de América Latina y el Caribe, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo).
Las ciudades se piensan, hoy, “8 80′′ (un término acuñado por el urbanista colombiano Guillermo Peñalosa): seguras y confortables tanto para niños de ocho años como para adultos mayores de 80. Esto incluye veredas con pisos antideslizantes, pasamanos, refugios para sillas de ruedas, cartelería de altura adecuada, bancos de descanso y hasta agentes virtuales de asistencia al ciudadano como “Chatico”, réplica botogana del Boti porteño.
“El chat incluye lenguaje de señas para servir a las personas con discapacidad visual y auditiva y extiende un menú que permite identificar la oferta educativa, cultural, de hábitat y mujer en un radio de 3 kilómetros desde el punto donde se ubique quien consulta”, describe Durán.
Sin presupuesto
La inversión en ciudades inteligentes es, además, parte de un posicionamiento estratégico de los gobiernos que buscan atraer inversiones. Pero, aquí, el diputado nacional Fabio Quetglas –representante de Juntos por el Cambio en la provincia de Buenos Aires– hace un pausa y advierte: “Lo más inteligente es tomar decisiones inteligentes. Si tenés 50% de personas sin cloacas, es más acertado ampliar la red de infraestructura que salir a comprar aparatos tecnológicos”.
Si bien reconoce el valor de la big data y tecnología de punta, Quetglas llama a atender, en la Argentina, asuntos que, cree, se acercan más a la realidad socioeconómica del país. “La primera gran operación urbana que tiene que hacer el Estado es parar con el manotazo de los recursos del interior. Hay un montón de ciudades de menos de cien mil habitantes que no tienen grandes patologías urbanas, que tienen centros de residuos dignos, bajas tasas de violencia y buena movilidad interna, pero que no han podido progresar porque gobiernos de todos los colores les han vaciado la caja con impuestos”, dice.
Director de la maestría en Ciudades de la Universidad de Buenos Aires, Quetglas señala: “Hay un piso de intervención pública para la cohesión social del cual estamos muy lejos y que hace que en Barcelona, por ejemplo, las calles y plazas sean iguales en cualquier parte de la ciudad. A su vez, falta infraestructura para la competitividad económica; esto es, parques industriales con gas, aeropuertos, rutas, incentivos para que se radiquen las empresas. La estructura de gasto público crece en salvaguardo de oficinas estatales al tiempo que la infraestructura física queda rezagada”.
Si bien reconoce las acciones del gobierno porteño y distingue ejemplos como el de la puesta en valor de la Plaza Houssay, ubicada entre las facultades de Economía, Medicina, Farmacia y Odontología (“estaba vacía, y ahora con un cine y un patio de comidas accesibles se llena todo el día”), Quetglas cree que “la tasa de innovación y vanguardismo es muy baja” y que ha habido “poco nivel de osadía urbana, más allá de pintar cordones en las calles” (en buena parte, insiste, por la inestabilidad macroeconómica).
Entiende, además, que la agenda urbana “es generacional y global”, en tanto surgen “nuevos modos de urbanidad alineados con el ambiente y con la calidad de vida que son parte de un proceso creciente de homogeneización cultural. Eso instala conversaciones públicas entre personas de una misma edad y de distintas nacionalidades, y hace que un chico de 25 años porteño se parezca más a un chico de 25 años paulista que a su abuelo de 70 años porteño”. Esas personas, dice, “miran las mismas series en tiempo real y les gustan los mismos patrones estéticos y la misma comida”.
Con este enfoque, cataloga la ciudad como una “experiencia convivencial” que, en torno a esta virtualidad, “puede consolidar las mismas dinámicas en las grandes metrópolis como en las ciudades más chicas”; por eso, en estas también debe discutirse el planeamiento.
Así, coincide el colombiano Durán, que afirma, con optimismo, que “muchas ciudades pequeñas pueden adaptar y adoptar tecnologías de manera más ágil y rápida debido a su tamaño y su estructura, más manejables”.
El rol del privado es fundamental para apalancar los proyectos públicos, coinciden los especialistas.
“Hay que pensar en las tres PPP: sector público, sector privado y personas. Muchas veces las empresas ya tienen soluciones porque tuvieron recursos para desarrollarlas, y es bueno ir a buscarlas ahí”, sugiere Bellocchio.
El trabajo necesita ser coordinado, y en esta línea Carlos Moreno hizo una observación semanas atrás, durante una entrevista con este medio: “Si dejas en manos del sector privado un barrio con mucha calidad de vida, podría gentrificarlo. La clave es que haya una política pública de la alcaldía para preservar el bien común, mezclar categorías sociales, mezclar usos y servicios, hacer que los edificios sirvan para múltiples actividades”.